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¿Estaremos a tiempo de salvar a nuestra centenaria ceiba ponceña?

Ya están aquí, llegaron ya

a la llamada del amor,

está muriendo la mamá.

Todos al fin llegaron ya

de todas partes del país

desde el mayor hasta el menor, todos en torno a la mamá.

Charles Aznavour.

Adiós a la Mamá.

A la memoria de doña Socorro Girón, del doctor Luis A. Irizarry Pérez, a los licenciados Martín González Vázquez y Martín González Vélez, al Club Amigos de los Árboles en Ponce, y a los miembros del Comité de Reforestación y Ornato.

La ceiba es un árbol considerado sagrado en muchas jurisdicciones.

En América, por ejemplo, “para los mayas prehispánicos, la ceiba representaba el árbol que sostiene el universo. Sus ramas están en el cielo, el tronco es donde vivimos y la raíz está en el inframundo. Es el símbolo de comunicación del ser humano con el mundo, el inframundo y el cielo”.

Así lo afirma el guatemalteco y exégeta de petroglifos de la cultura maya, Federico Alfredo Fahsen Ortega.

Tener una ceiba en la plaza es sinónimo de presencia divina, de respeto hacia el árbol sagrado.

Magdalena Pérez, de la cultura poqomam, residente en el municipio de Palín del Departamento de Escuintla en Guatemala -en cuyo país la ceiba es el árbol nacional, al igual que en Puerto Rico- y miembro además de la Academia de Lenguas Mayas, añade que su gente “… ha permanecido fiel a su cultura, formas de organización y de ver la vida. Es en este sentido que la ceiba representa la resistencia de su cultura”.

Me encanta esa frase: “la ceiba representa la resistencia de su cultura”.

En Puerto Rico se han dado eventos ejemplares en ese aspecto. Uno de ellos, relativamente reciente, ocurrió en el pueblo de Quebradillas, pueblo en el que tengo raíces enterradas, por el que siento grandes simpatías.

En la carretera que con justa razón se llama “Militar”, que pasa sobre el río Guajataca y muy cerca de El Túnel de cuando tuvimos un tren hasta el año 1953, hay dos majestuosas ceibas gemelas.

Esa carretera se comenzó a construir justo el año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, el 1939, y discurría estrictamente desde las Bases Militares del Área Metropolitana hasta la Base Ramey. Ni siquiera llegaba hasta el pueblo de Aguadilla, que por aquel tiempo era cabecera de distrito.

En el año 1989, las dos ceibas gemelas, que al expandirse ya estaban muy cercanas a la vía de rodaje, se vieron amenazadas en su existencia como consecuencia de unos trabajos de ensanche de la Carretera Militar que, según planeado, exigían la eliminación de los imponentes ejemplares.

Un número de quebradillanos se organizó para protegerlas y luego de una lucha certera, consiguieron que el gobierno ordenara modificar los planos de reconstrucción, abriendo la carretera hacia la izquierda y hacia la derecha, dejando en el medio de los carriles un espacio amplio para que las ceibas siguieran creciendo a sus anchas.

Como dijeron en su momento los triunfadores en aquella labor comunitaria de salvamento, “representan la unión de un pueblo en pos de la naturaleza y la cultura”.

Da gusto pasar por allí, ver cómo los carriles se desplazaron hacia los lados y hacen compatible el necesario ensanche de la carretera y la imperiosa sobrevivencia de estos dos monumentos vivos.

Ponce tiene en el sector Cuatro Calles del barrio San Antón una ceiba emblemática que quizás tiene el doble de los años de existencia de la ciudad.

Es sabido por la mayoría de la gente en Ponce que allá para el año 1670 hubo allí un famoso portugués. Unos dicen que se llamaba don Pedro Rodríguez de Guzmán, otros apuntan que realmente era el papá de éste y que se llamaba don Pedro Martín Rodríguez Valverde.

Fuere el uno o el otro, lo cierto es que se trataba de un portugués y que se llamaba Pedro Rodríguez. Vino a vivir frente a un “paso” o lugar apto para cruzar el río, a pie o a caballo, que hasta entonces llevaba el nombre taíno de “río Baramaya”.

Con los años, se produjo un traslapo de nombres y terminó llamándose el río Portugués. La casa de este portugués quedaba justo al lado de la icónica ceiba de Ponce, a la que se le calculan hoy entre 500 y 800 años de vida.

Esta ceiba del río Portugués marcó poderosamente la ciudad.

En el año 1887/88, nuestro maestro pintor Francisco Oller le hizo un óleo sobre lienzo: una de sus obras maestras en el género “paisaje rural” y que usted puede ver en el Museo de Arte de Ponce, ya que forma parte de su colección permanente.

Hay varias instituciones de la ciudad que han adoptado su nombre. A manera de ejemplo, Ceiba, la Revista de la Facultad de la UPR en Ponce; el Residencial La Ceiba en el sector Sabanetas y la Cooperativa de Viviendas La Ceiba en el sector Cuatro Calles de la ciudad.

Además, su estampa ha sido símbolo oficial de la Cámara de Comercio de Ponce y el sur de Puerto Rico por más de un siglo y hasta el parque que el Gobierno Municipal de Ponce construyó a su alrededor en el año 1984, siendo alcalde Jossito Dapena, evoca a este imponente árbol.

Por esto y más, Ponce y su ceiba son una misma cosa.

Tristemente, el 30 de diciembre de 2006, hace ya 15 años, nuestra ceiba perdió gran parte de sus ramas y copa.

La mayoría de los conocedores le atribuyen la herida mortal a la canalización de los ríos, que bien le cortaron raíces o le impidieron el acceso al agua de los ríos.

Puesto que no se observó de inmediato la gravedad del daño infligido y no se actuó con la energía y premura que reclama la emergencia, en el año 2011, hace ahora 10 años, perdió otra porción de sus ramas y se hizo público que solo el 35 por ciento del ejemplar sobrevivía.

Los que pasamos por allí o los que hemos ido allí recientemente, expresamente a observarlo de cerca, como nuestro editor Omar Alfonso, apreciamos que, si bien no está moribunda, le resta poco de vida.

Si nuestra apreciación es correcta, tenemos el más urgente deber de salvarla.

Hay médicos de árboles, especialistas y subespecialistas en afecciones que les aquejan. Tenemos que traer urgentemente al mejor, donde quiera que se halle.

No hacerlo, no es de ponceños, ni de Ponce.

Si alguien puede hacerlo, si alguien sabe bien lo que se pierde, si alguien es capaz de apagar este otro fuego del polvorín, es la ciudad de Ponce.

Cuando menos, 500 años de historia se mueren ante nuestra mirada. Ante nuestra presencia.

Formemos parte de otra hazaña de nuestra historia heroica y salvemos nuestra ceiba.

Se nos muere la Pachamama.

Según observadores y trabajadores de ornato, lo que hoy queda de la ceiba es solo su esqueleto.

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