Menú

Fernando Lloveras San Miguel lucha por afianzar la cultura ecológica

El Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico cumplió medio siglo establecido legalmente en la isla. Por 18 de esos 50 años, su director ejecutivo ha sido Fernando Lloveras San Miguel, quien resume la experiencia en una palabra: evolución.

Resalta, de inmediato, que la evolución ha sido tanto para el Fideicomiso como para él, en lo personal y profesional.

En el caso del Fideicomiso, pasó de ser una organización privada sin fines de lucro dedicada mayormente a la adquisición de tierras de alto valor ambiental, histórico o cultural para evitar su destrucción, a una entidad que defiende y lidera la restauración ecológica del país. Ese cambio conllevó la creación, en 2013, de Para la Naturaleza como una unidad operacional para integrar a la sociedad en la conservación de los ecosistemas mediante actividades educativas y voluntariado, por ejemplo. Para la Naturaleza también maneja los centros de visitantes y las áreas naturales que protege el Fideicomiso.

A nivel personal y profesional, dice Lloveras San Miguel, su paso por el Fideicomiso ha afianzado su conexión con el entorno, que surgió cuando tenía cinco años y su padre compró una finca en el barrio Jaguas de Ciales, donde pasaba todos los fines de semana. También, le ha servido para poner en práctica sus estudios en economía, finanzas y derecho, y “adquirir nuevos conocimientos y capacidades que no se aprenden en las universidades”.

“Ha sido una trayectoria de aprendizaje continuo. Todos los años, descubrimos cómo mejorar y perfeccionar ese nivel de conservación al que aspiramos. Lo más fácil ha sido que estoy haciendo algo que me gusta. ¿Lo más difícil? Siempre los cambios son lo más difícil, pero llega un punto, como parte de la evolución, en el que cada cambio es un reto, que toma tiempo y requiere nuevas capacidades. Me siento bien honrado de poder estar en este rol”, afirma a El Nuevo Día.

¿Cuáles han sido los principales logros del Fideicomiso en estos 50 años?

—Hemos trabajado fuerte en tres áreas bien importantes: proteger ecosistemas de alto valor; crear una cultura ecológica en Puerto Rico, que empezó con los recorridos tradicionales, pero que ahora incluye otra serie de programas y proyectos; y rescatar el patrimonio histórico cultural, con seis lugares protegidos hasta ahora: Antiguo Acueducto del Río Piedras, Faro de Culebrita, Hacienda Buena Vista en Ponce, Hacienda La Esperanza en Manatí, Casa Ramón Power y Giralt en Viejo San Juan y Cabezas de San Juan en Fajardo. Ahora, también estamos trabajando en el apoyo a la agroecología y, en términos de protección de terrenos, tenemos 36,000 cuerdas en 65 áreas naturales.

¿Cuál fue la meta inicial del Fideicomiso y cuánto ha variado en 50 años?

—La misión inicial fue comprar terrenos de alto valor ecológico y sacarlos del mercado (para protegerlos). En vez de ponernos a pelear con el desarrollo, entendimos –y aún entendemos– que una de las mejores formas de proteger un terreno es sacándolo del mercado, y que el propio mercado se encargue de las otras áreas que son propensas a desarrollo. En esos primeros años, hubo una fase de ser bien protectores de las áreas naturales, de limpiarlas, recuperarlas y asegurar que se les daban usos correctos. A medida que hemos evolucionado, hemos integrado otros tipos de usos y audiencias, y estamos trabajando directamente con comunidades completas para empezar a crear modelos de manejo de áreas naturales con voluntarios. Ha sido una evolución interesante… de ser compradores y custodios a una fase de recuperación ecológica, educación y envolvimiento ciudadano para que entiendan el valor de los ecosistemas y la importancia de su conservación. Ahora, la ciudadanía nos ayuda a crear conciencia.

Lloveras San Miguel nació y se crió en Santurce junto a madre, padre y cuatro hermanos. Además de pasar los veranos en la finca familiar en el barrio Jaguas de Ciales, en invierno se iba a esquiar a Nuevo Hampshire. “No le cogí miedo al frío y, cuando terminé la escuela, me fui a estudiar allá”, cuenta.

Completó un bachillerato en Economía y Geografía en Dartmouth College, una de las ocho universidades “Ivy League”. Luego, hizo una maestría en Finanzas en la Harvard Kennedy School of Government. Regresó a Puerto Rico y estudió un “juris doctor” en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico.

Trabajó en La Fortaleza, creó y por casi 32 años dirigió la plataforma legal Microjuris y, en 2003, llegó a la dirección ejecutiva del Fideicomiso. Antes, había ofrecido asesoría financiera e integró el Consejo Asesor de la entidad, por lo que le era conocida. Sustituyó a Javier Blanco, quien ocupó el puesto por 33 años.

Antes y después de la creación del Fideicomiso, ¿cómo está Puerto Rico en términos de calidad ambiental?

—En términos de preservación o conservación, ya tenemos 36,000 cuerdas protegidas. Hemos logrado un compromiso público de casi todos los gobernadores para adoptar más áreas naturales. También logramos, bajo la gobernación de Alejandro García Padilla, el primer Plan de Uso de Terrenos, que adoptó muchas de nuestras recomendaciones. El Plan tiene un 32% de protección y nosotros habíamos recomendado, como país, un 33%. El otro gran impacto ha sido en la cultura ecológica. Hemos atendido a más de dos millones de visitantes en nuestros programas educativos, que van desde campamentos y “tours” hasta proyectos de ciencia ciudadana, voluntarismo y comunidades trabajando por la naturaleza. Falta trabajo, pero tenemos una masa crítica importante de personas que están convencidas y dispuestas a hacer acciones de conservación, y eso es un movimiento; una fuerza que esperamos siga creciendo y logre una cultura ecológica para Puerto Rico.

¿En qué áreas hay rezagos todavía?

—Tenemos un balance entre conservación, educación y la búsqueda de esa cultura ecológica, y nos ha funcionado bien. Nos movemos con consistencia, pero tal vez no con la rapidez que debemos. Lo que habíamos dejado para lo último era tener más presencia en el área oeste de Puerto Rico, donde no hay muchas áreas protegidas. Es un área que necesita protección y, el año pasado, establecimos una superintendencia en el oeste. Es un área bien impactada por el desparramamiento y estamos viendo qué queda disponible que podamos adquirir o rescatar.

¿Cómo y cuánto cambió el trabajo del Fideicomiso y Para la Naturaleza después del huracán María?

—Antes del huracán, empezamos a tener unas experiencias bien increíbles con varias comunidades, a las que les dimos acceso a las áreas naturales para que sembraran. Eso nos empezó a crear la visión de que, en realidad, las comunidades, cuando están organizadas y tienen buen liderato e información, toman la iniciativa de proteger su entorno. Después del huracán, todos nos unimos en una sola misión: recuperarnos, y creamos unas relaciones todavía más profundas.

¿Qué surgió de ese proceso?

—Logramos conseguir fondos para hacer 33 centros resilientes, con paneles solares y sistemas de agua, como una especie de alianza con esas comunidades hacia la sustentabilidad. Ahora, estamos en el proceso de discutir con estas comunidades sus intereses y necesidades, y ver cómo las podemos ayudar en sus metas y objetivos. Eso cambia nuestro modelo operacional y estamos en el proceso de adaptarnos porque, al final, estamos convencidos de que las comunidades tienen que ser las que tienen que conservar.

¿Por qué es importante ese involucramiento ciudadano?

—Con la cultura ecológica a nivel comunitario, esas comunidades van a velar que sus entornos sean saludables, tengan aguas limpias y que sus bosques tengan mucha biodiversidad. Todo eso va a surgir en las comunidades que tengan la aspiración de ser saludables y prósperas. De los 33 centros, 23 ya están listos y los restantes 10 deben estar operando este año.

¿Cuánta gente se ha impactado a través del Fideicomiso y Para la Naturaleza?

—Empezamos dando “tours”, recorridos ecológicos, y eso se mantiene hoy día con 50,000 visitantes al año. Tenemos 50 intérpretes en nuestro equipo de trabajo y son los que manejan gran parte de este programa. Nuestro segundo programa, que surgió hace 20 años, fueron los talleres de inmersión en la naturaleza, unos campamentos de verano para niños y niñas, de 9 a 12 años, que ya han acogido a 2,100 participantes. Luego, en 2010, empezamos con Ciudadano Científico, donde envolvemos a las personas con científicos o proyectos específicos, tocando y adentrándose al ecosistema. Con este programa, hemos impactado 12,091 voluntarios, en 98,865 participaciones, y se expande a limpiezas de playa, reforestación y otras actividades. Los voluntarios repiten de tres a cuatro veces al año estas actividades.

¿Cuáles son los resultados de los proyectos de reforestación y agroecología?

—El proyecto de reforestación lo empezamos después del huracán Hugo, en 1989, y lo hemos expandido a cinco viveros con 40 empleados casi a tiempo completo. Tenemos sobre 200,000 árboles en producción, y la meta es 100,000 árboles anuales sembrados para la próxima década. Sembramos en nuestras áreas o lugares públicos, en comunidades o empresas… donde entendamos que los árboles van a ser cuidados y tendrán probabilidades de éxito. Con nuestro programa más reciente, que es el de agroecología, estamos más en modo de apoyar a organizaciones, mercados y agricultores con pequeñas subvenciones que hemos podido recibir y las distribuimos. Estamos haciendo mucha capacitación.

Cumplidos 50 años, ¿qué es lo próximo en la agenda?

—Hablaba con los empleados y les decía que comenzamos hace 50 años protegiendo espacios de la destrucción humana, pero ahora nuestra misión está cambiando a que tenemos que proteger a los seres humanos de sus propias decisiones. El cambio climático es, literalmente, el síntoma de una enfermedad: nuestro comportamiento. Así que lo que viene es trabajar bien fuerte para lograr ese cambio de cultura, y lo que queremos es que se tomen decisiones bien diferentes. Pensar en mantener las mismas decisiones a nivel de política pública, de comportamiento ciudadano y empresarial no es una opción. Esta es la meta: lograr que nos demos cuenta de que tenemos que tomar un camino diferente. La respuesta es clara: la naturaleza. Hay mucho por hacer, y esta transformación en Puerto Rico es un gran reto que me falta por lograr. ¿Retirarme? Todavía no.

LEA LA NOTICIA COMPLETA EN ElNuevoDia.com

Contáctanos