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Las vidas que aún habitan bajo el toldo de FEMA

techo de lona

Hace un año y ocho meses Héctor Quiles, de 75 años, perdió a su esposa de una afección cardiaca. Ella -dentro de su delicada condición de salud- era no solo su compañera, sino la ayuda idónea en el cuidado de sus dos hijos.

Una semana después de sufrir la partida física, los inclementes vientos que dejó a su paso el huracán María arrancaron el techo de la humilde residencia de madera que construyeron en los altos de la residencia que era de su suegra, en el barrio Ingenio de Toa Baja.

Allí, en medio de carencias y filtraciones que amenazan con dañar las pocas pertenencias que conserva, vive junto a sus hijos, Orlando y Giovani, de 48 y 38 años, respectivamente. El mayor, relató, tiene un diagnóstico de esquizofrenia y retraso mental. El menor tiene autismo severo.

“Ha sido bien difícil. No se filtra toda la casa, pero se está filtrando por áreas. Una parte del cuarto de uno de los dos hijos míos y en la cocina se está filtrando”, relató el hombre.

Al momento de la visita, cada uno de los hijos yacía en una cama, mientras de fondo se escuchaba una emisora radial. En la sala apenas había donde sentarse y, en la cocina, una mesa de comedor que refleja el golpe del paso del tiempo acaparaba el espacio.

“Tengo que cocinarles y cubrir parte de sus necesidades. El menor come solo, pero tengo que ayudarlo a vestirse y bañarlo. Como yo no guío, pues se me hace difícil movilizarme”, compartió Quiles, cuyo cuerpo refleja el cansancio físico de los años.

La historia de Quiles es una que, en esencia, se repite a través de todo el país: residentes que carentes de títulos de propiedad les fue denegada la ayuda federal para reconstruir sus casas. Varios siguen viviendo en condiciones que -en algunos casos- podría clasificarse como infrahumanas.

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