Menú

¿Listos para otro San Fermín?

Carl Soderberg

A las 10:14 a.m. del 11 de octubre de 1918, todo Puerto Rico sintió los movimientos del terremoto San Fermín. Sí, en aquella época ponían nombres a los terremotos. Ese intenso sismo alcanzó magnitud 7.3 en la escala Richter y causó un tsunami que impactó a Mayagüez y Aguadilla. Según la prensa de ese entonces, Arecibo también recibió el impacto de un tsunami, pero de menos intensidad. Un total de 116 personas fallecieron, 40 por causa del tsunami. Los daños se estimaron en el equivalente a $64 millones al valor del dólar hoy día.

El Plan de Emergencia del Gobierno de Puerto Rico se modificó sustancialmente para tomar en consideración las experiencias del huracán María. Agencias e instrumentalidades del gobierno, como las autoridades Energía Eléctrica (AEE) y de Acueductos y Alcantarillados (AAA) han hecho lo propio con sus planes. Las empresas privadas desecharon sus planes de continuidad de operaciones y prepararon planes nuevos ante el colapso total causado por el huracán María. La pregunta es ¿incluyen esos planes medidas para enfrentar eventos sísmicos de gran escala?

Al igual que sucedió con San Felipe II, que azotó Puerto Rico en el 1928 con vientos de un huracán categoría 5, nuestra sociedad no tiene ni idea de los impactos de un terremoto del nivel 7.3. No estábamos preparados para el huracán María, a pesar de sufrir el embate de varios huracanes desde San Felipe, como San Ciprián, Santa Clara, Hugo, Georges y otros. Imagínese como debemos estar preparados para un terremoto como San Fermín si no hemos sufrido una hecatombe sísmica desde hace un siglo. No obstante, concedo que gracias a Christa von Hillebrandt y a la NOAA tenemos uno de los mejores planes de evacuación para tsunamis del mundo. Además, aplaudimos al Gobierno de Puerto Rico porque realiza un simulacro todos los años para practicar la evacuación de zonas vulnerables a este tipo de evento. Solo tenemos que reparar los sistemas de alertas dañados por el huracán María.

Un terremoto obviamente es muy distinto a un huracán. Primero, la época de huracanes está definida entre junio y el 30 de noviembre de cada año. Ya sabemos que tenemos que pertrecharnos de comida enlatada, agua embotellada y baterías para ese intervalo. Además, ahora le damos mantenimiento a las plantas de generación de energía eléctrica y procuramos tener gasolina o diésel disponible. Un terremoto puede ocurrir en cualquier momento. ¿Recuerdan el temblor que ocurrió en Nochebuena en el 2010? Por lo tanto, en la gran mayoría de los casos, no estaremos preparados.

En segundo lugar, un terremoto no avisa. Un huracán cuyo embrión se detecta y vigila desde que nace en África, permite la evacuación de ciudadanos que viven en áreas vulnerables como zonas sujetas a inundaciones, marejadas y deslizamientos de tierra. Como decía mi abuela, en el caso de un terremoto no hay tiempo ni para un acto de contrición.

Tanto en caso de un terremoto como de huracán, las construcciones informales o que no cumplen con el Código de Construcción son vulnerables. De acuerdo a la Asociación de Constructores de Puerto Rico, el 55% de las viviendas en la isla son informales. Hasta aquí la similitud en vulnerabilidad. En el caso de terremotos, son vulnerables la infraestructura, los edificios y las viviendas construidos sobre pantanos, ciénagas y humedales. Cataño e Isla Grande son ejemplos.

En una próxima columna analizaré aspectos que debemos considerar al desarrollar planes de emergencia para terremotos, como por ejemplo, tsunamis de tierra adentro hacia la costa.

Lea la noticia en ElNuevoDia.com

Contáctanos