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Los grandes retos de la zona costanera

La década de 1970 y 1980 del siglo pasado, fue una prolífica en legislación ambiental y donde se cimentaron las bases de la protección ambiental que conocemos hoy día. Con sus defectos y virtudes se impulsaron leyes, reglamentos y programas en los Estados Unidos y Puerto Rico, dirigidos a la protección de las especies, como la Ley de Especies en Peligro de Extinción, leyes para el manejo de los desperdicios sólidos y calidad del aire, agua y protección de humedales, entre otras. Este marco jurídico y reglamentario respondía a una noción generalizada de lo que había sido el abuso desmedido de los recursos, experimentado en la primera mitad del siglo XX, con la ampliación del aparato industrial y la espiral de crecimiento poblacional. Estas leyes igualmente sirvieron en Puerto Rico para crear la infraestructura institucional de protección del ambiente y recursos naturales que aun con muchas dificultades intenta salvar nuestro patrimonio natural y darle orden al uso de los recursos.

Una de las leyes más abarcadoras y de mayor impacto en esa época lo fue la Ley Federal de Manejo de la Zona Costanera del 1972 y que, entre otras cosas, nos permitió establecer en Puerto Rico el Programa de Manejo de la Zona Costanera. Se facilitaron recursos económicos para establecer el andamiaje administrativo y viabilizar un proceso de planificación visionario que reconoció en la zona costanera un potencial “campo de batalla”. Para evitar esto, se requeriría una intervención de planificación y mediar entre todos los potenciales intereses, usos y actividades a permitirse en esa zona delimitada como un kilómetro tierra dentro de la costa. Ya para ese entonces en nuestra isla se habían cometido algunas atrocidades producto del acelerado e implacable proceso de industrialización, pero se trabajaba duro para darle sentido a un acercamiento distinto a la costa. Aquellos que trabajamos en inventarios científicos y planes de manejo confiábamos no repetir errores como la pérdida de ecosistemas como la Laguna Las Mareas para establecer un puerto, o el drenar recursos como el Anegado y Laguna de Guánica, aunque se argumentara que este último se hiciera en beneficio de la agricultura.  El Programa de la Zona Costanera en manos de la recién creada agencia de Recursos Naturales sirvió, además,  para designar reservas naturales, refugios de vida silvestre y santuarios estuarios que hoy son joyas de la corona para los amantes de la naturaleza.

Pero los padres de este visionario programa jamás imaginaron que los conflictos en la costa escalarían a los niveles que observamos hoy día. Como isleños todos aspiramos a tocar con nuestros pies el océano o mar que nos rodea. Practicamos deportes y recreación que impactan los recursos llamados a proteger. Hemos llevado nuestra infraestructura más vital cerca de la costa, entiéndase aeropuertos, generación de energía y, lastimosamente, hasta los depósitos de desperdicios sólidos. Transformamos nuestros bellos parajes escénicos y desparramamos la ciudad en las costas hasta tocar el agua. Hemos desarrollado de espaldas a la propia supervivencia de los recursos costeros. De esta forma hoy tenemos graves conflictos como el observado en la Playa Los Almendros de Rincón, situación que se repite una y otra vez en las más de 300 millas de costa de nuestra isla. No es simplemente un asunto de clases, es un asunto de respeto a la naturaleza y a sus piezas como lo es un manglar, una tortuga o un manatí.

El futuro no luce muy halagador pues nos viene arriba un cambio en el clima del planeta contra lo cual estamos indefensos. Dicho de otra forma, debemos ajustar nuestras miras como país, adaptarnos al cambio y reconocer que no podemos los 3.2 millones de habitantes aspirar a vivir todos en la costa, aunque nos quisiéremos creer dueños de ese espacio.

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