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Puerto Rico ante la realidad del cambio climático

Irene Garzon Fernandez

En el siglo pasado, los niños de escuela primaria en Puerto Rico aprendían a amar el planeta en el que habitamos y a llamarle “madre Tierra”.

Los niños de ahora internalizan cada vez menos este concepto en un mundo amenazado por los efectos del cambio climático. Y es que las actitudes de gobiernos como el de Estados Unidos desalientan la protección del mundo en que vivimos.

En la isla se aplican las políticas adoptadas por Estados Unidos, que no ratificó el Protocolo de Kioto sobre el cambio climático de 1997 y que ahora, bajo la presidencia de Donald Trump, amenaza retirarse del Acuerdo de París de 2015, que intenta darle continuidad al primero, cuya vigencia expira en 2020.

Las consecuencias de la negación estadounidense de la realidad del calentamiento global y los efectos de los gases invernadero las sufrimos en el Caribe con la frecuencia e intensidad de los huracanes. Irma y María, en 2017, son ejemplos recientes.

Es refrescante el debate que ha suscitado la legislación impulsada por el senador penepé Larry Seilhamer para establecer una política pública definida que atienda el futuro energético de Puerto Rico, alejándolo del petróleo y otros combustibles fósiles contaminantes.

El Proyecto del Senado 773, actualmente bajo evaluación de la Cámara de Representantes, propone la creación de un comité de expertos que haría recomendaciones específicas dirigidas a mitigar los efectos del cambio climático.

Puerto Rico tiene un largo camino por recorrer para protegerse de los efectos del calentamiento global. Lo primero es entender, y aceptar, que el cambio climático no es una historia de ciencia-ficción.

Seilhamer resumió en una vista pública cameral reciente cuán atrasados estamos en este campo. Por ejemplo, dijo que en la isla se recicla apenas un 13% de los desperdicios sólidos a pesar de que la ley exige que sea el 35 por ciento.

Lo peor, ciertamente, es la dependencia en los combustibles fósiles para producir electricidad, que proviene en 98.1% del petróleo y el gas natural.

Pero, no es solo eso. Nuestro sistema de transportación pública es tan deficiente que nos obliga a depender de los vehículos privados que, casi en un 100%, usan gasolina y, por lo tanto, contaminan el ambiente.

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