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Servicios ecosistémicos

El habitar y utilizar los recursos del planeta Tierra es lo que cada ser vivo tiene en común con los demás. Desde organismos unicelulares, hasta aquellos con  funcionamientos más complejos, como las plantas vasculares y los vertebrados, todos compartimos el necesitar los servicios que nos ofrece la Tierra para subsistir. 

Imaginemos un cuerpo de agua dulce cualquiera. Este cuerpo de agua alberga peces, y crustáceos, lo rodean árboles, plantas cobertoras y gramíneas, y sus drenajes naturales están conformados por la topografía. A este paisaje prístino —del que solo reconocemos parte de una vasta biodiversidad— añádale una comunidad de seres humanos e identifique una persona en esa comunidad.

¿Cuáles son las necesidades básicas de esa persona? Podemos identificar agua (potable y para riego), alimentos, refugio y ropa (madera, material inorgánico, fibras de plantas) y energía (madera). Estos servicios, que los recursos del planeta Tierra nos han ofrecido desde el inicio de nuestro habitar el planeta y que son indispensables para cubrir nuestras necesidades más básicas, se les conoce como servicios ecosistémicos.

La obtención de estos servicios por parte del ser humano ha tenido a través de los milenios un rol fundamental en la manera en la que habitamos el territorio y moldeamos el paisaje. Desde las chinampas aztecas en Xochimilco que aumentaron las áreas de cultivos disponibles, hasta el acueducto de Segovia con el que los romanos llevaron el agua de la sierra a la ciudad, hemos intervenido el paisaje para garantizar la obtención de los servicios que necesitamos.

A pesar de que todos los humanos necesitamos de los servicios ecosistémicos para sobrevivir, no todos los 7.7 billones que habitamos el planeta hacemos las mismas demandas sobre los recursos que nos ofrece la naturaleza ni tenemos los mismos mecanismos de utilización del paisaje.[1] La pasta de dientes con la que nos cepillamos por la mañana, la ropa que nos ponemos, el celular que nos comunica, la computadora con la que trabajamos y estudiamos, el carro que manejamos, los alimentos que consumimos: todo depende de los servicios ecosistémicos que nos ofrece la Tierra. Las demandas humanas sobre los servicios ecosistémicos se van haciendo más complejas según los asentamientos se formalizan, crecen y se sistematizan, pero no tiene por qué ser así. Entre más ricas las sociedades, más intensivas y diversas son las demandas sobre los ecosistemas. Los sistemas urbanos complejos en los que vivimos son sistemas extractores de los recursos del planeta. No contamos con sistemas regenerativos que garanticen el tiempo, las técnicas y los apoyos para que los ecosistemas se recuperen de las altas demandas que colocamos sobre ellos. La sobre pesca, por ejemplo, amenaza las especies que consumimos o las que atrapamos junto a estas. Al cultivar, agotamos los nutrientes de los suelos y con los pesticidas reducimos la biodiversidad. Extraemos más agua de los acuíferos de la que cae para reabastecerlos. Por lo tanto, aunque la mayoría de los sistemas naturales son recursos renovables, el punto en donde el consumo de un material es más rápido que la capacidad del planeta para regenerarlo crea un déficit ecológico. La velocidad a la que estamos extrayendo recursos condena nuestro modo de vida y aumenta el riesgo de nuestra propia exterminación.

La huella ecológica es un indicador que se obtiene traduciendo cuanta área productiva se necesita para completar las demandas diferenciadas de las personas en cada sociedad. Estas demandas se cuantifican a través del espacio necesario para el cultivo de alimentos y fibra, las áreas urbanas construidas que habitamos, la provisión de agua y maderas, la absorción de las emisiones de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles que utilizamos y la absorción de los desechos que producimos. La huella ecológica es un sistema de indicadores cuantitativos que se utilizan para evaluar el consumo comparativo entre países y dentro de comunidades diversas en ellos. Conocer nuestra huella ecológica nos sirve para establecer medidas correctivas de cara a los hallazgos. Aunque estos términos —déficit y huellas ecológicas— continúan bajo constante estudio y evolución, los investigadores han traído a colación la falta de variables específicas a cada lugar (site specific) como parte de los componentes de estudio. No obstante, tratar de determinar nuestra huella ecológica y los diversos déficits ecológicos son una buena herramienta para la visualización de nuestro impacto.

La escala del problema debe ser la escala de las soluciones

Disminuir la huella ecológica se atiende tomando medidas a nivel del país. Es nuestro deber reclamar a nuestros líderes el atender el tema con la importancia y la urgencia que lo amerita. El apoyo a las organizaciones internacionales que promueven el desarrollo sostenible (Naciones Unidas, 2020 https://www.un.org es también fundamental como colectivos. A nivel de cada ciudad o pueblo podemos promover la utilización de sistemas de transporte alternativos (desde las bicicletas hasta los medios de transportación colectivos), la rehabilitación de estructuras en nivel de abandono, la instalación de sistemas de generación eléctrica con fuentes renovables, la utilización sostenible de recursos como el agua y los suelos, la producción y consumo conscientes y locales, y un manejo integrado de todos los recursos naturales. Esto último aplica tanto a la escala de un jardín residencial como de una reserva natural. Lograr estos cambios son algunas de las maneras en que, como colectivo, podemos desarrollar acciones específicas para disminuir nuestro impacto sobre la naturaleza y reducir nuestra huella ecológica.

En nuestro hogar podemos poner en práctica medidas básicas que nos puedan ayudar a minimizar nuestro impacto como familias e individuos. El primer paso es analizar y replantearnos la manera en la que consumimos. El impacto ecológico que tiene un artículo incorpora la producción de materia prima para su realización, el acarreo hasta su punto de venta y la disposición de los residuos sólidos productos de ese consumo (empaques, etiquetas, bolsas, envolturas, etc.). Hoy en día es relevante entender el consumo de recursos como electricidad, petróleo o agua invertidos en los artículos y alimentos que consumimos y accionar para reducirlos. Moderar o disminuir nuestro consumo en general, gestionar formas de transporte alterno, consumir productos locales y de desarrollo responsable (esto incluye ropa, materiales de construcción, y alimentos, entre otros), cultivar un huerto o comprar a los agricultores locales, así como utilizar fuentes de energía renovables, son algunas de las acciones que como individuos podemos procurar en el corto plazo.

En la Semana del Planeta Tierra te exhorto a analizar tu impacto y el de tu familia sobre los recursos del planeta utilizando esta calculadora: footprintcalculator.org. Con esta información podrás iniciar el camino a explorar alternativas para minimizar nuestro impacto individual, familiar, comunitario y nacional.

[1] Puede consultarse el Population Reference Bureau (2019) en https://www.prb.org)

 

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