Bastó una visita nocturna a la playa, luego de una charla informativa, para que Paco López cayera en cuenta del problema de contaminación lumínica que aqueja a su comunidad.
Era 2013. López, quien recién cumplió 34 años viviendo en Isla Verde, Carolina, entonces ignoraba que la luz artificial proveniente de hoteles, condominios y “billboards”, entre otras fuentes, impacta directamente el ciclo de desove y nacimiento de las tortugas marinas que frecuentan el área.
Tampoco sabía que a la contaminación lumínica se le atribuyen efectos sobre la salud humana, como falta de sueño y desórdenes relacionados.
“Pero cobré conciencia y ahora llevo el mensaje de que no es cuestión de eliminar las luces, sino sustituirlas y redirigirlas; ponerlas en la propiedad y que no proyecten nada hacia la playa”, dijo López, director de la organización comunitaria Arrecife Pro Ciudad, que impulsó –y logró– la designación de la Reserva Marina de la Isla Verde.
La gestión también desembocó en la creación de los Vigilantes del Arrecife, un grupo de vecinos voluntarios que patrullan la playa, sobre todo en las noches, custodiando los nidos de tortugas y cerciorándose de que ninguna se desoriente en su ruta desde o hacia el mar a causa de la contaminación lumínica.
Continúa leyendo la historia en El Nuevo Día.