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Volver a la tierra

Gloribel Delgado Esquilin

Atravesé en zigzag ese enorme solar, del tamaño de dos canchas de baloncesto, pasando el rastrillo y visualizando que desenredaba el pelo a una gran cabeza de tierra. Imaginé que esa mujer sonreía, que entreabría los ojos, como despertando de un largo sueño y disfrutaba que le peinaran la maranta.

A pesar del calor y el cansancio, la imagen me caló hondo. La imaginé al detalle y antes de salir del lugar, me arrodillé, agarré un poco de barro rojo y manché varias páginas en mi libreta. Necesitaba marcar en papel lo que acababa de sentir. Como si echarle tierra a las páginas fuera un contrato de ese momento. Ese día supe que sería agricultora, que esa mujer dormida me contaría muchas historias y que visitar esa finca, me cambiaría la vida.

Eso ocurrió hace apenas unas semanas, cuando comencé a estudiar en el Proyecto Agroecológico del Josco Bravo en Toa Alta, bajo la tutela del agricultor y agrónomo Ian Pagán Roig. Este joven de 30 años es especial. Lo mismo ara con bueyes, desyerba a ritmo de El Gran Combo, que “postea” orgulloso fotos de sus zanahorias ecológicas en Instagram.

El toalteño fundó la escuela de agricultura en el 2014 y ha formado desde entonces a más de 250 participantes con talleres intensivos que incluyen teoría, práctica y voluntariado. Algunos de los que llegamos allí no sabemos agarrar un machete y menos, la diferencia entre un azadón y una azada. En enero, comenzamos unos 100 estudiantes, divididos en tres escuelas en los pueblos de Toa Alta, Gurabo y Mayagüez.

No es casualidad que cada año, las solicitudes crezcan, en especial después del huracán María, cuando quedó claro la fragilidad de nuestra cadena alimentaria, con solo un 15% de producción local del alimento que nos comemos.

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